3.25.2014

BUGA en la Independencia jugó papel importante con una esclava

Redacción especial
Alberto Marino Castillo Patiño
El Periódico

Buga estuvo permanentemente vinculada a los acontecimientos para lograr la independencia. Pero no pretendemos ahondar en sus múltiples hazañas. Sólo en una que consideramos de mayor trascendencia. Hernando Figueroa Becerra le da dimensión. 
Cincuenta y un días después de la Batalla de Boyacá, los habitantes de Buga se comprometen en una de alcances singulares. Juan Sámano ha huido a Cartagena. Su exclusiva preocupación es conservar la comunicación con Popayán y Pasto, que le garantizaba vivir en comunicación con Quito y Lima. Quizás así pudiera armar nuevos ejércitos beligerantes. La invasión a nuestros territorios no estaba descartada. En Caloto reaccionan contra el Gobernador Pedro Domínguez del Castillo, quien viaja a Popayán desde Buga. El 2 de septiembre de 1819, unos combatientes lo matan con todos sus acompañantes. Sámano nombra a Sebastián Calzada para que lo reemplace y ejerce crueldades abiertas. Con el obispo Jiménez de Encizo, éste repartiendo baculazos y excomuniones, desean someter a la pacificación; no se escuchan ni los apremios oficiales, ni las jaculatorias religiosas, entremezcladas de carburientas sentencias. Como un ambiente de gran sentido mágico de esa revolución, van consolidándose las guerrillas, les brota la ansiedad de independencia. Los soldados españoles enarbolan una bandera negra, que notifica -sin repliegues tácticos- que su guerra es a muerte.

María Antonia Ruiz, la mestiza valerosa de la batalla de San Juanito

 Al hijo de la mestiza María Antonia Ruiz, lo habían fusilado en la plaza de Buga. Ella, decidida y sin límites en su ardor patriótico y de venganza, convoca a la gente; la reúne, le transmite su furor, la incita a la hazaña, localiza a don Joaquín Ricaurte y Torrijos, quien estaba escondido en los montes del Pescador, evitando las represiones españolas, precisamente por haber sido general en la época de la Patria Boba. El inglés Juan Runel colabora. Las herrerías se convierten en fábricas de puntas para lanzas, se improvisan los elementos de guerra. Lo único que no demanda invención es el heroísmo, este crece en el pecho de los bugueños. Esperaron al enemigo en este sitio, donde, exactamente, las montañas estrechan más el valle. La Batalla de San Juanito volvió a consagrar a esta ciudad como portadora de la codicia de emancipación total. Ya no se dudó de ésta; los españoles fueron destrozados. La vereda para los chasquis quedó clausurada, el parte dice que el triunfo sirvió para castigar “de este modo el orgullo y la osadía de los españoles”. Los vientos sacudían las banderas que los raizales habían llevado o conquistado en el bajo y el alto Palacé y en otras confrontaciones, que son patrimonio del heroísmo colombiano.
Sólo nos referimos a esta Batalla de San Juanito para reivindicar el carácter de integridad en la pasión libertaria que primaba por estos medios. Es una prueba de que no se necesitaban ni caudillos empenachados, ni líderes engolados en su suficiencia absorbente, para imponer el castigo que demanda la liberación. Una mestiza, de acentuado color moreno, indicó cómo era la defensa del carácter nacional.
En 1819, después de la Batalla de San Juanito, en la región se escuchó un grito que aterró a los esclavistas de la zona: “¡Mueran los blancos y los ricos!”. Se dio cuando muchos afrodescendientes liderados por el filibustero inglés, Juan Runel, en medio de alteraciones del orden público, que incluyeron saqueos y asaltos, gritaron: “¡Mueran los blancos y los godos!”. Esto no era nuevo para los patriotas venezolanos quienes lo habían escuchado y padecido en 1813, cuando los seguidores de José Tomás Boves infligieron derrota tras derrota a las fuerzas revolucionarias, pero para los hacendados vallecaucanos fue un aviso de que la insurgencia social incrementada durante la independencia se volvería incontrolable como consecuencia de haber sido derrotada la dominación española por campesinos sin instrucción militar previa, y que ella se transformaría en la “guerra de castas” o “guerra de colores”, que ellos presintieron en las acciones contestatarias realizadas desde finales del siglo anterior, durante las protestas antifiscales. Esta “guerra de castas” hizo ver a la elite patriota que muchos negros esclavos y libertos, indios, mestizos y blancos pobres, no compartían sus ideales políticos y que, por el contrario, se oponían a la creación de un Estado republicano que garantizaba que las elites tradicionales continuaran con la explotación que habían mantenido durante siglos. 

Cimarrones armados de valor contra el nuevo gobierno
Para los sectores populares, la “guerra de castas”, era la oposición a quienes pretendían perpetuarse en el poder para negar la libertad que hombres y mujeres habían conquistado de hecho durante el largo período de dominación española y de las guerras de independencia. A esto se unió que en zonas montañosas de Tuluá, Caloto y Supía y en los bosques de los ríos que cruzaban el Valle, se desarrollaran procesos de cimarronismo armado de difícil control por el nuevo gobierno. Esta vez no se trataba del cimarronismo colonial, el que era emprendido por grupos de esclavos para construir formas de vida en lugares alejados de sus opresores, sino el realizado en zonas de poco control por los blancos en las cuales produjeron tabaco, destilaron aguardiente y realizaron “salazones” de carne que eran comercializados por medio del contrabando en las zonas mineras, de colonización o en las mismas ciudades vallecaucanas. En cierta forma continuaron con sus tradicionales formas de vida, de allí el esfuerzo de los funcionarios por insertarlos en la república y el de los hacendados por sujetarlos nuevamente. 
El mismo Capitán Diego de Bocanegra, rindió informes detallados  sobre sus expediciones y sobre los hechos ocurridos en aquel tiempo. Según esas relaciones, el 1 de mayo de 1603 los indios pijaos atacaron la estancia y encomienda de Felipe de Camargo, situada a un cuarto de legua de Buga, quemaron todas las casas y la iglesia, y mataron y se llevaron cautivos a sesenta y cuatro indios cristianos. 
De su expedición por el río de la Paila en persecución de los Pijaos, dice el Capitán Bocanegra en otra relación, que duró más de tres meses. Esta expedición no tuvo más éxito que coger, valiéndose de malas artes, a los nueve indios de que se ha hablado, agrega la relación:
“Este fue el fin y sucesos que yo tuve en aquella entrada y castigo que hice en los indios Pijaos del Valle de Burila, Cauchuna y Totorambo, sin dejar paso ni rincón alto ni bajo que no quedase destruido y asolado”, palabras del Capitán Diego Bocanegra.

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