Como si fuese una de las obras de Gabriel García Márquez, la historia de Georgina Pérez de Lozano y Daniel Lozano Esquivel, quienes este 11 de abril cumplen dos meses de su muerte, revive sentimientos y enternece por la forma como esta pareja que se unieron en matrimonio cuando ella apenas tenía 15 años y él contaba con 25, se comprometieron ante un altar, quererse para toda la vida y guardarse fidelidad en un mundo en que algunas veces la duración conyugal es un valor casi inexistente. Para ellos, ese amor verdadero y leal, se prolongó hasta los 70 años de casados y juntos partieron a la Gloria del Señor ese mismo día. Daniel a las 3:18 minutos en su residencia y Georgina a las 10:20 de la noche en una clínica de la ciudad de Cali, sin saber que su alma gemela la esperaba, para juntos seguir manteniendo vivo en la eternidad ese sentimiento de amor, complicidad y entendimiento que mantuvieron a través del tiempo.
“Fueron protagonistas de un bello hogar, adornado por 10 hijos de los cuales sobreviven 7 (5 mujeres y 2 hombres), 14 nietos y 3 bisnietos que hoy narran con satisfacción y orgullo los valores recibidos que posibilitaron ser personas de bien que sirven a la sociedad en diferentes campos del saber.”
Pero como decía don Daniel, ninguno de sus hijos aprendió su oficio de artesano, en Buga, Tuluá y alrededores era famoso por su arte. Sus manos prodigiosas convertían el nylon, la cabuya, el fique en hermosas atarrayas, chinchorros, hamacas, de vistosos colores que hoy en día se conservan en muchos hogares. A diario en el balcón de su casa se le veía entretenido en esa labor, mientras recibía el saludo de todos sus vecinos, niños, jóvenes y adultos que lo admiraban por su don de gente, laboriosidad y carisma y cuando de pasear se trataba, se engalanaba con sus gafas, sombrero, poncho y bastón. Era amante de la pesca y la pelea de gallos.
Doña Georgina, a la usanza de las mujeres nacidas en el campo, se dedicaba a la cría de gallinas, patos, bimbos y otras aves de corral, trabajo que alternaba con el cultivo de hortalizas. Pero además de atender a sus hijos, lo más importante era atender a su esposo. Perteneció por mucho tiempo al grupo de la Tercera Edad “Los años dorados” y como toda mujer era vanidosa y se cuidaba para estar presentable y hermosa. Era muy devota, servicial y era la más entusiasta en las épocas navideñas y con sus hijas, nietos y nietas decoraba el pesebre, participando ambos, hasta el 2014 de las novenas, entrega de regalos, cena y demás preparativos de navidad y fin de año.
Por los valores y principios morales inculcados y el ejemplo que recibieron, los Lozano Pérez, han sido una familia muy unida, alegre, y cualquier motivo, ya sea cumpleaños, bodas de oro (cuando cumplieron los 50 años de casados), lo celebraban en medio del disfrute de todos, en donde Daniel y Georgina no se perdían pasos ya fuese en cualquier ritmo, en medio de todas sus generaciones, que los disfrutaban como ellos también lo hacían.
Esta historia es una reflexión sobre el sentido del amor, sobre el valor del esfuerzo y sobre el deseo de permanecer unidos, en este caso, más allá de la muerte; edificando un hogar, asumiendo los riesgos y las consecuencias de intentar mantener vivo su sentimiento a través del tiempo. Cumpliéndose una promesa de Daniel, que quizás compartía Georgina: “Cuando ella muera, yo me voy con ella”. Esa tarde antes de morir y al preguntarle que le mandaba a decir a su amada, dijo: díganle que “Hablé con Dios”.
Como expresó una de sus hijas: “No los separó la muerte. Cumplieron en medio del amor y comprensión su ciclo de vida terrenal y la continuarán en otro plano, espiritualmente”.